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martes, 15 de noviembre de 2011

¡¡A votar!!

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Miguel-A. Cibrián, paciente de paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Burgos.

Nota: Hoy, en el blog, antes de la llegada del llamado "día de reflexión", para no infringir las leyes, pego un artículo que publiqué hace más de diez años en una modesta revista de esta comarca rural. Salvo las alusiones denotadoras de para quién está escrito el texto, lo demás sigue en plena vigencia. Por este tema de las elecciones, parecen no pasar los años.

Cuentan que dos amigos, de buena cartera y escasa cultura, fueron a Egipto a pasar las vacaciones. Ya en el país de los faraones, decidieron visitar una de las famosas pirámides egipcias. En el exterior del monumento, sumamente deteriorada por las inclemencias del tiempo, había una enorme inscripción en forma de jeroglíficos... que nadie había sabido interpretar con exactitud. Para unos arqueólogos aquellos signos significaban una cosa, y para otros, otra distinta. Ante esta talla en piedra, el guía turístico, sin más explicación, les dijo solamente lo siguiente:

- Es admirable contemplar cómo hace 3.000 años los hombres ya eran capaces de realizar este tipo de escritura.

El uno de los dos turistas miraba aquel epitafio fijamente, como si estuviera admirado del significado de la leyenda de la lápida, y, de vez en cuando, asentía con la cabeza. El otro visitante miraba desde todos los ángulos la piedra tallada, y aquello le parecía tan sin sentido como los palotes y figurines de su hija de cinco años. Inquieto por no encontrarlo ningún valor, miro de reojo a su amigo. Y al ver su actitud complaciente y sus gestos afirmativos hechos con la cabeza, y creyéndose que su compañero sí entendía aquellos signos tan raros, se atrevió a preguntarle:

- Pero, oye, ¿esto qué dice?.

- ¡Y yo qué sé! -le respondió-. ¡Si yo supiera lo que dice, no creo que fuera gran cosa!.

Cosas similares a la contada, aunque sea en apariencia tan tonta, nos pasan muchísimas veces en la vida. Me explico: Nos quedamos boquiabiertos ante la palabrería de cualquiera... y precisamente por eso mismo del chascarrillo: porque como no entendemos, creemos a pies juntillas en la grandilocuencia de sus palabras. Y no. No debiera ser así. Escuchar siempre es positivo. Y si de quien habla sin alardear de su instrucción (sólo el necio hace alardes) podemos aprender algo de cultura, bien vale la pena escucharle como a un maestro. ¡Pero, atención, cuidado! En esto de la dialéctica, se da mucho gato por liebre. Hay mucho cantamañanas suelto que se aprovecha de la escasez de cultura de los demás para sentar cátedra. Esta clase de individuos no son inteligentes, sino aprovechados. ¡Tienen una labia que se la pisan! Son expertos en tirar palabras para no decir nada, y embaucar con su oratoria. Sus discursos están del todo vacíos. Ahora bien, por palabras que no quede. Parecen una máquina tirando expresiones huecas. Sus alocuciones lo mismo valen para un roto que para un descosido. ¡Ojo a algunos de los políticos!.

Y sigo con mis cuentos:

Cuentan que un político, engañabobos, estaba haciendo campaña electoral. Lo de engañabobos, aclaro, no es ningún insulto al público, sino al político en cuestión. Tener escasa instrucción no es ningún delito. La falta está en aprovecharse de la escasez de cultura de los demás. En su gira, este embaucador visitaba un municipio de esos pequeños que hay dispersos por nuestra geografía española. Lanzaba muy orgulloso su discurso a los cuatro vientos ante la mirada atónita del público que asentía a cada una de sus palabras. Todo hay que decirlo, los asistentes a la conferencia no entendían nada de lo dicho por el orador. El político se aprovechaba de esta circunstancia. No se preocupaba lo más mínimo por expresar algo y, mucho menos, de dejarlo claro. Al revés. Envolvía la velocidad con el tocino y el culo con la cuatro témporas con el ánimo de que los oyentes no entendieran nada de nada.

Pero para redondear la faena y (dicho en símil taurino) poder cortar la oreja, ya que la plaza de toros era el escenario del mitin, era necesario prometer algo. Ni corto ni perezoso, el político de nuestra historia, se lanzó al "puedo prometer, y prometo", y prometió la construcción de un puente.

Y llegaron los males. La promesa del puente la entendieron todos los presentes. Se quedaron perplejos. Se miraron unos a otros. Al instante, dejaron de asentir y se llenaron de dudas. Pero lo hicieron en silencio, por aquello de respetar a quien más sabe. Sólo el alguacil, que no tenía ningún complejo, por tener el último puesto en el escalafón de autoridades... y que, además, era el único decidido a ponerse el mundo por montera, se atrevió a parar los pies al "ilustre" orador:

- ¡Eh, chist! Pare usted el carro. ¿Cómo dice que nos construirá un puente, si aquí en este pueblo no tenemos río?

- Es igual. Les construiremos también el río -contestó el locuaz conferenciante.

¿Ya saben de qué va, no? ¿Después de ponerlo semejante título...? Pero no se confundan con las apariencias, he dicho "¡a votar!", no aquel "¡a jugar!" que inmortalizara en la tele el inefable Joaquín Prat. Cuando este número de la revista "Regañón" salga a la luz, tendremos a la vista unas elecciones generales. Y el circo de los mítines con sus megáfonos, pegada de carteles, e invasión de propaganda, ya estará en marcha. Estas dos historias no están perdidas. Tienen un sentido. La primera pretende ponerles en guardia contra tanto orador parlanchín como pulula por estas fechas. Por favor, no nos escondamos tras nuestra ignorancia para dejarles el camino libre a tanto charlatán de feria, cuyo único arte es la retórica hueca. Exijámosles que hablen "en cristiano". La segunda, viene a cuento de que en campaña electoral los políticos se creen con derecho a prometer de todo. Nos prometerán todas nuestras necesidades y nuestros sueños. ¡Agua de borrajas! No se ponen colorados cuando, poco tiempo después, todo sucede al contrario de sus ofertas. Sabían muy bien que sus promesas eran mentira. Pero en campaña electoral se sienten con derecho a engañar.

Cuentan de Fray Luis de León que tras una larga temporada en la cárcel, volvió a las aulas donde impartía clases. Lo hizo con una frase muy célebre: "Decíamos ayer". De eso, de lo que dijeron ayer, debieran de acordarse los políticos. Pero ayer eran tiempos de elecciones, y en ese tiempo los políticos sufren de amnesia fingida. Para eso estamos los electores, para recordarles las promesas.

¡Qué quieren que les diga! A mí tanto mitin y tanta pegada de carteles, como habremos de soportar, me parece un absurdo, y hasta una falta de sensibilidad hacia las clases más desfavorecidas del país. Vamos, tanto invento es un gasto innecesario. Y, tras este despilfarro, volveremos al "¡apriétese el cinturón!". Los mismos, ¡claro! Es un dispendio que, además, raya con la locura. Es totalmente inútil, este tipo de campañas ni informan, ni definen el voto de nadie. Quién más, quién menos, tiene su ideología... tiene meditado su voto, y no lo cambia porque el Fulanito venga a soltarnos su retórica hueca, y cuatro chorradas contra el partido de enfrente. Porque eso, sí se les da bien a todos los políticos: Son maestros en hablar mal del adversario, y además, para que se entienda, eso sí lo hacen bien claro. Y si nadie cambia el sentido de su voto por un discurso, ¿para qué sirven los mítines? Para nada: Circo, puro circo. ¡Hay que ver cómo se lo pasan los incondicionales jadeando las paridas que suelta el político de turno sobre el contrincante! ¿Y de informar? De eso nada, monada. Si vas a la charla política para enterarte, pierdes el tiempo: ¡Quédate en casa! Visto lo visto, para informarnos, sobraría con que los líderes políticos salieran por televisión, y en vez de soltarnos un rollo, nos explicaran su programa con palabras sencillas. Una explicación al alcance de todos los públicos. Aunque les rogaría que no se hicieran machacones y cojan la tele como si fuera cosa suya. Porque, como dice el refrán, "lo poco agrada y lo mucho enfada".

No crean que hablar de política es cosa fácil. En estas aficiones a la escritura, pasa lo mismo que en las profesiones de cara al público: el cliente siempre tiene razón. Y si no la tiene, es lo mismo, porque se ha de dársela. De lo contrario, se perdería la clientela, y adiós negocio. Por otra parte, esto de la política es como la pasión por el fútbol. Vemos los penaltys en el área contraria, pero las faltas del equipo de nuestros amores nos pasan desapercibidas. Por eso, he procurado mantenerme imparcial sin dejar entrever ninguna clase de partidismo. ¿Que no lo he conseguido? ¿Dónde está el fallo? Lo he intentado. No he querido arriesgarme a que los lectores me forren de tacos, como a cualquier arbitro de fútbol en el ejercicio de su cargo.

"Alea jacta est" (la suerte está echada), que dijera en su latín Julio Cesar ante el comienzo inminente de la batalla. En símiles futbolísticos: ¡que gane el mejor! Aunque pensándolo bien, me he equivocado en la forma de expresar mis deseos. Porque dicho así, se podría malinterpretar si malintencionadamente, se añaden dos palabras: "¡que gane el mejor diciendo mentiras!". Rectifico: ¡que gane el bien común de todos los españoles! Eso está mejor.

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