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martes, 14 de diciembre de 2010

Seguimos jugando con los colores

Blog "Ataxia y atáxicos".
(Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria).

Nota: Para ir a la primera parte de este relato, hacer click en: El juego de los colores (I parte).

"El juego de los colores" (continuación)

El Jueves fue un día marrón:

El jefe, al que cariñosamente apodábamos “El Chusquito”, llegó a la tienda con ganas de arrasar con todo, pero como era su negocio se apaciguó entonces. Tenía razones para estar desatado, claro; le habíamos amargado las vacaciones. O mejor dicho, Héctor, alarmándole en exceso, era el que le había hecho volver, condición por la que se las había fastidiado.

Zarandeaba a la pobre Sofi de un lado para otro, mientras, histérico, pedía explicaciones. Casi me pareció como si Chusquito expulsara espuma blanca por la boca y vomitara palabras inauditas. Fue entonces cuando espoleé su furia, al pronunciar aquella frase hecha, con interrogantes:

- ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?.

Según la estaba declamando, me arrepentí de aquel concienzudo ataque de valentía. Chusquito se giró y vino en mi busca. Temblé como un flan, al ver que se remangaba las mangas de la camisa con cuidado, y, como guiado por el diablo, tropecé, y le clavé en la barriga un cutter que llevaba en la mano para abrir unas cajas que nos habían llegado esa tarde.

Asustado, le exigí a Sofi, que me observaba pálida, que llamara a una ambulancia, y entre Héctor y yo cogimos a Chusquito del suelo, donde se lamentaba, envuelto en su propia sangre.

- ¡Menudo marrón, tío! ¡Menudo marrón! -no dejaba de repetir Héctor.

El Viernes fue un día amarillo:

La buena noticia era que Chusquito había sobrevivido, como era de esperar, porque el corte no era para tanto, y no desistía de maldecidme y mencionar a mi madre.

En la tienda, ni Héctor, ni Sofi, me dirigían la palabra... Sin embargo, les podía escuchar murmurar sobre mí en el almacén. Lo menos vituperante que denunciaban es que yo era un bestia y un criminal. Era casi mejor que no quisieran hablar conmigo... Porque sí yo había sido la mano ejecutora, pero mucha culpa de lo que le había ocurrido a Chusquito, la tenía Héctor por haberle hecho volver de Puerto Vallarta por una bobería.

Me molestaba que Sofi pensara de mí lo peor, después de que todo el “pollo” se había montado por defenderla a ella. Aunque, tiempo al tiempo.

Así es como llegué a sentirme el bichejo más repugnante de la sociedad. Accidentes como el que causé, sólo los provocan torpes como yo, y ser ignorado sólo era el principio del derrumbe que me merezco.

En casa ya, me fui a la cama, y enjuagué la almohada con mis lágrimas, viviendo una y otra vez las calamidades del Jueves. Ése era el comienzo de mi arresto domiciliario, de mi condena carcelaria, y mi decadencia personal.

El Sábado fue un día naranja:

Por la mañana, no sabía ni si salir de la cama. La suerte no estaba conmigo, y para fastidiarla otra vez, no iba a intentar ni levantar la cabeza.

Pero Sofi me sorprendió, llegando a mi casa. Ella me hizo ducharme, y me hizo prometer que para vivir este día, iba a olvidarme de los demás. Así es como la empecé a ver como solución a mi depresión, como enérgica damisela que con sus poderes hipnóticos consumía el veneno que me hostigaba.

Salimos a vivir la noche, como ella decía, después de haber cenado pichón con almendras en un restaurante chino. Repetí plato, y el pichón ya se me salía hasta por las orejas; sin preocuparme ni por un instante por la gripe aviar. Y a Sofi... a ella le hizo más efecto el vino que habíamos pedido, y estaba preciosa cuando encorvaba sus labios hacia la derecha para pronunciar alguna tontería sin sentido.

Los chinos empezaron a mirarnos mal cuando convenimos que íbamos a salir fuera a contemplar una estrella fugaz que un amigo del Observatorio nos había anunciado que iba a pasar. Conociendo el detalle de que aún no habíamos pagado, aunque a regañadientes, los camareros salieron con nosotros, razonando con que no se vería nada porque había demasiada luz.

No vieron una estrella fugaz, los chinos; vieron dos, y fugacísimas. Nos vieron a Sofi y a mí corriendo para evitar pagarles la cena. Y ya no nos vieron más.

Nos escondimos en un pub irlandés muy oscuro... Sofi me dijo que no era irlandés, que era un local de ambiente, pero que a las demás chicas no les iba a importar que ella hubiera traído a un amigo. Me sentía como un pulpo en un garaje, pero eso sólo fue hasta el segundo whisky, y la canción de “Los plenilunios enamorados”.

El Domingo fue un día negro:

Con “Los plenilunios” se me debió ir un poco la cabeza. Sin embargó, no corroboré mi posterior resaca hasta que no vi a Sofi trayéndome el desayuno a la cama.

- Hubiera jurado que perdías la cabeza por Héctor -manifesté cogiendo la bandeja que se me ofrecía.

- No vas desencaminado... Que no te engañe lo de que conociera a todas esas chicas. Sólo son amigas -aclaró Sofi, riendo mi confusión.

En el contestador automático, la luz roja brillaba vigorosa. Después de dar unos sorbos al café fui a liberar los mensajes telefónicos: La primera llamada era por lo de Chusquito. Me requerían en comisaría. La vida real iba apoderándose de mis ansias de existir, y más, al oír el segundo mensaje, que era de los chinos, a los que, la noche anterior, Sofi y yo les hicimos aquella exhibición de atletismo, en vez de pagarles la cena, como todo el mundo hacía, religiosamente.

Todavía quedaba un recado en el contestador, el tercero. Sofi y yo, intuimos que no era bueno, y nos amarramos de la mano, presas del pánico: La voz de Héctor hacía eco en la habitación, y amenazaba con despellejarme si tocaba a Sofi.

- Éste es tonto. Si siempre hace como que no le importo -declaró Sofi, disimulando una discreta felicidad, que empañó su solidaridad conmigo y mi trágica semana.

Sofi salió por la puerta a buscar su sino al lado de Héctor, y yo me enterré bajo el edredón.

En este momento, ya no doy fe de la percepción que tengo, ni siquiera si existen días de colores. Todo se vuelve monocromático cuando se me junta todo, y suspiro sin entender nada de lo qué pasa. Días rojos se funden con los amarillos, y resultan temporadas naranjas, y si mezclamos días azules con estos amarillos pueden trascender verdes... Además, existen muchas otras mezcolanzas que pueden sumirnos en una depresión, o realzarnos en el espejismo de un devenir escatológico.

Y mientras los demás tienen ganas de jugar e inventarse colores nuevos, yo sigo cerrando los ojos ante la luz engañosa que lo transforma todo en policromía. Cuantos más colores, más complicada es la vida; para llegar a esta conclusión, sólo hay que fijarse en lo felices que son los perros viendo la vida en blanco y negro. Porque, creo que en el fondo todo el mundo alguna vez hemos envidiado la tranquilidad y la parsimonia de nuestros cánidos, aunque sólo sea por unos segundos. Cuando veo al perro de mi vecina despatarringado en la puerta de casa, condensando su mente en la higiene de sus partes más íntimas, a menudo me pregunto si no tendrá otra preocupación que estirar patas y articulaciones, y lamer sus usufructos cadenciosamente.

Le veo tan obcecado en su misión de limpieza interna, que para ese animal, si un meteorito o un asteroide cae en París, si el Ártico se diluye haciendo subir el nivel del mar, si el efecto invernadero va a acabar con todos, o si el agujero de la capa de ozono es ya un socavón, es totalmente irrelevante. La paz mundial y el fin del hambre en el globo terráqueo parecen estar solucionados justo al lado de su tripita.

Todo el panorama político y social debería ser parte del mobiliario de los días sin color, y recapacitar para que nuestro pequeño mundo funcione... porque si el nuestro funciona, y los demás hacen lo mismo con el propio, estaríamos viviendo en un planeta idílico.

Pues bien, yo esto no lo podría hacer, así que prefiero pintar la vida con un tono grisáceo, en el que nunca sabré cómo sentirme, y si cruzar el umbral que me separa de mi burbuja doméstica.

FIN.

Nota 1: Este relato es parte del libro: Relatos de juventud.

Nota 2: Para ver en la página web de "Ataxia y atáxicos" una breve descripción, y cómo adquirirlos, de los cuatro libros publicados por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria, pinchar en el siguiente enlace: Cuatro libros de Pilar Ana Tolosana.

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2- Sección "PowerPoint del día":

Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, hacer click en: Ella te quiere como amigo.

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3- Sección "Artículo recomendado":

Hoy, en esta sección, se enlaza con un artículo enviado por Juan Carlos Baige, padre de afectada por Ataxia de Friedreich. Para entrar, pinchar en: Las Unidades de Epilepsia y de Ataxias y Paraplejías Hereditarias de La Fe, nombradas centro de referencia nacional.

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